Dos sospechosos de ser cómplices del asesinato de Décio Sá están presos, pero la impunidad no se descarta. Al contrario. El historial de investigaciones policiales no es positivo en términos generales. Cuando se trata de la muerte de periodistas, es francamente negativo. Según datos recientes –que no incluyen los casos de 2012-, en los últimos 20 años el 70% de esos asesinatos no fueron esclarecidos. Contra la pensa, el crimen compensa. Traficantes de droga, jefes de milicias y autoridades corruptas aparecen en la lista de ejecutores, pero la policía no consigue encarcelarlos y la Justicia raramente llega a juzgarlos.
El cuadro es alarmante, en palabras de Rupert Colville, portavoz del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU, con sede en Suiza. En la pasada semana, Jamil Chade, corresponsal de este periódico en Ginebra, informó sobre las declaraciones de Colville: “Nosotros estamos alarmados con el hecho de que un periodista más fuese asesinado en Brasil este año. (?) Pedimos al gobierno (brasileño) que tome inmediatamente medidas de protección para prevenir nuevos incidentes”.
Tiene razón. Un país en el que los reporteros son fusilados de esa forma es un país en el que el derecho a la información está siendo secuestrado. Si esos crímenes prosperan, la libertad de prensa recula, obligatoriamente. Con ello viene, cuanto menos, la autocensura. Para proteger la vida de sus trabajadores los periódicos pasan a interiorizar el miedo. No hay cómo evitarlo. Es lo que viene pasando con varias redacciones de periódicos en México.
El jueves pasado, en una conferencia en el encuentro de la Asociación Mundial de Periódicos (WAN-Ifra), en Santiago de Chile, el periodista mexicano Javier Garza, del diario El Siglo de Torreón, mostró lo que la guerra del tráfico produjo en su país. Tan solo en 2011, 6 mil personas fueron asesinadas. Reporteros y editores sufren amenazas diarias. Regularmente, los bándalos ametrallan con AK-47 la fachada de las residencias de periodistas y con eso aterrorizan a sus familias. Resultado: las redacciones dejan de cubrir y publicar todo lo que deberían cubrir y publicar. No es para menos. En la situación de inseguridad absoluta en la que viven algunas ciudades mexicanas hoy, enviar equipos para fotografiar el local donde acaba de ocurrir una masacre implica riesgo de muerte.
En definitiva, si los periódico no pueden cubrir, el ciudadano no puede saber lo que pasa en su ciudad, en su país. Con la impunidad garantizada, los criminales escapan ilesos, dejando en el aire la perturbadora hipótesis de que puede existir cierta complicidad entre autoridades inertes y bandidos sanguinarios. Las primeras no hacen nada, los segundos disparan según les apetezca.
Fue exactamente ese el escenario que describió otra periodista mexicana, Anabel Hernández que también dio una conferencia en Santiago la semana pasada. Reportera de investigación, ganadora del Premio Pluma de Oro por la Libertad 2012 de parte de la Asociación Mundial de Periodistas, Anabel usó palabras duras: “Hoy en México existe un estado criminal perfecto. Pensar eso, decir eso, escribir eso es más peligroso que ser narcotraficante o servir al narcotráfico”.
Volvamos entonces a nuestra pregunta: ¿por qué matar periodistas?
Si el Estado no cumple su deber de garantizar el derecho a la vida y a la seguridad del pueblo, automáticamente deteriora el derecho de la sociedad a tener acceso a la información. En otras palabras: si lo que vale es la ley de la selva, dejan de existir las premisas por las cuales la institución de la prensa sobrevive. Por eso la ONU tiene razón al exigir al gobierno y a las autoridades el esclarecimiento y el juicio de los crímenes contra periodistas. El Estado es, sin duda, responsable por el caos –un caos desinformativo, debo enfatizar- al que están sometidas muchas comunidades en México –y algunas familias en Brasil.
Desde ese ángulo, podemos ver con una claridad cristalina, casi como si fuese con lupa, los lazos por los cuales la corrupción, la inoperancia judicial, el tráfico de droga y los bandos de exterminio se asocian en una simbiosis necesaria. A todos esos polos de criminalidad interesa ejercer el mando por la violencia privada e ilegal. Les interesa también suprimir la prensa libre. Coherentemente, reparten sus tareas: unos matas a periodistas, otros garantizan la impunidad –pues la impunidad solo es realmente viable cuando la prensa está arrinconada, intimidada, amenazada de muerte.
Poder Judicial que no juzga, policía que no investiga, gobernadores que fingen que no va con ellos, traficantes que sobornan politicos, milicias que promueven masacres: todos son exponentes distintos de una misma máquina que viene minando el Estado de Derecho y amenazando la libertad. El cuadro empeora todavía más cuando el poder gubernamental es movilizado para arrestar periodistas o para llevar periódicos a la quiebra. Fue lo que intentó hacer, desde comienzos de este año, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, que después se vio forzado a rectificar.
Sin lugar a duda, hay un discurso anti-prensa, un discurso fanático, ganando peso en nuestro continente. En nombre de la lucha contra errores de periodistas –errores que, a veces, son de hecho lamentables- ese discurso se dirige, no ya contra esos errores, sino contra la propia institución de prensa libre, proponiendo limitarla de mil maneras diferentes. Nace de ahí un caldo de cultivo que, demonizando a los órganos informativos, facilita todavía más la rutina de los narcotraficantes y de los que matan perioditas – que lo hacen para oprimir al público.
Eugenio Bucci es periodista y profesor de la Escuela de Comunicación y Artes de la Universidad de Sao Paulo, de la que egresó en 1982 y en la que también realizó estudios en Derecho. Además, es doctor en Ciencias de la Comunicación.
Tiene una amplia trayectoria como periodista. Se ha desempeñado como director de distintas revistas y crítico de cultura y televisión de Folha de Sao Paulo, O Estado de Sao Paulo y Jornal do Brasil.
De 2003 a 2007 dirigió Radiobrás (medio de comunicación público de Brasil) cuya gestión fue reconocida por diversos sectores del país. Bucci, también es autor de libros sobre comunicación, televisión y ética del periodismo, entre los que se destaca Videologías en coautoría con María Rita Kehl.
Publicado originalmente em 3 de mayo en el diario O ESTADO DE SAO PAULO. Traducción al Español: Socrates Domínguez Díaz.
Las opiniones y puntos de vista expresados en este artículo son propias al autor y no reflejan necesariamente la posición de WAN-IFRA