El 25 de mayo del 2000 entendí la dimensión de lo que era hacer periodismo. Mientras mis secuestradores me llevaban al lugar donde me torturaron y violaron, el pensamiento recurrente y doloroso en mi cabeza era tener que dejar la redacción de El Espectador. Verme obligada a abandonar mis libretas de apuntes, mis entrevistas y todo el material que había recopilado hasta ese momento.
Entendí que hacer mi trabajo honestamente me había llevado a ese punto, y después de largas horas, en las que solo quería morir, el periodismo también me hizo entender que tenía una motivación para seguir adelante. Ese amor a mi profesión me dio la fuerza para levantarme. Lo hice creyendo que a través de mis escritos y de mis investigaciones, encontraría la voluntad suficiente para dar el siguiente paso.
Y así fue. Por eso hoy estoy aquí. Mirar hacia atrás es reencontrarse con la grandeza de lo significa comunicar.
Pero el costo no ha sido inferior a la pasión por mi trabajo. Mis compañeros y yo, tanto en la redacción del periódico El Espectador, y desde hace 18 años en la Casa Editorial EL TIEMPO, hemos tenido que sortear muchos obstáculos, amenazas e intimidaciones para ejercer un periodismo independiente y comprometido con la gente.
Luchar por la libertad de prensa implica estigmatización, señalamiento y muchas veces incredulidad. Pero es, sin lugar a dudas, la mejor carta de presentación que pueda tener un periodista. Un trabajo desprendido de compromisos políticos e ideológicos, debe ser su hoja de ruta.
Ese, justamente, es el gran reto que vivimos en este tiempo, cuando las nuevas formas de comunicar nos obligan a tener un papel protagónico de innovación. La transición del papel al modelo digital requiere que actuemos con mayor compromiso frente a nuestras audiencias, y nos mide como profesionales de la información.
Lo dijo Ryszard Kapuscinski: antes que periodistas somos seres humanos, y es lo que debemos aplicar en nuestro trabajo diario. Ponernos en los zapatos de ese otro que está frente a nuestro micrófono, nuestra cámara, al otro extremo de las notas que convertiremos en historias. Eso tiene que valer más que la inmediatez a la que nos llevan las redes sociales.
La inmediatez y la calidad deben ser un matrimonio perfecto en nuestra profesión, así como la investigación y la ética son la columna vertebral del buen oficio del periodista. Porque lo que no podemos permitir, es escudar la libertad de prensa en una información nociva para quienes nos leen y escuchan. Ese, tal vez, es el mayor significado que tiene para mi este premio: la obligación de ser más acuciosa, creer menos y dudar más, abrazar las nuevas realidades tecnológicas e informáticas y, sobre todo, ratificar la gran responsabilidad social que tiene el periodismo.
Yo era una reportera joven y soñadora cuando intentaron silenciarme y tuve que convertirme en la noticia para entender que un escrito, en un periódico, tal vez no iba a cambiar el mundo, pero sí tenía el poder de transformar la realidad de alguien. Luchar contra la impunidad de mi caso convirtió a la palabra dignidad en mi estandarte y al periodismo en mi reivindicación.
La libertad de prensa es uno de los derechos más preciados, pero, ante todo, conlleva uno de los más grandes deberes: no silenciarse.
Jineth Bedoya Lima
Biografía